miércoles

El retorno de Chenqueman (1)


     Chenqueman fue el héroe más grande en la historia de la ciudad. Sus hazañas fueron retratadas durante años por el diario Crónica. Pero un día, repentinamente, nadie supo más de él. Se pensaron mil posibilidades: que había muerto en una difícil misión, que había sido ultimado por alguno de los tantos villanos que perseguía, que había viajado a algún planeta (suponiendo que había nacido allí), etc.
Sin embargo, esta mañana, Chenqueman apareció de nuevo. Llamó por teléfono a la redacción de Comodoreta y concertó una entrevista en un lugar periférico y oscuro. Arriesgándonos a la frustración, fuimos casi sin esperanzas de encontrarlo.
     Esperamos durante varios minutos. Estábamos nerviosos. Chenqueman se había convertido en una leyenda urbana. En ese momento, mientras esperábamos su llegada, empezábamos a convencernos de que nunca había existido, de que solo había sido un sueño amasado por una ciudad que no podía aceptar la realidad tal cual era.
     Pero no. Divisamos una luz y un ruido de motor. Nos sorprendimos. Hacía semanas que no veíamos circular un vehículo en la región. Alguien se acercaba hasta nosotros. Era él. No había dudas de que era él. Chenqueman montado en su motoneta, con su típico traje y las huellas del paso de tiempo en su atlético cuerpo.
Comodoreta: Chenqueman, ¿dónde ha estado todo este tiempo?
Chenqueman: Estuve buscándome. Tenía que irme de la ciudad. Me di cuenta de que me estaba perdiendo. Todos los días tenía que correr de un lado al otro, persiguiendo a los villanos, rescatando a los niños y las muchachas en peligro, auxiliando a los policías, a los bomberos… Era demasiado. Por otra parte, mi presencia hacía que la ciudad no madure. Yo era como el papá y eso no estaba bien.
C: ¿Y dónde estuvo durante estos años?
Ch: Por ahí.
C: ¿Y se pudo encontrar a usted mismo?

Ch: Sí.
C: ¿Llegó a alguna conclusión? ¿Cómo se definiría ahora?
Ch: Soy Chenqueman.
C: Claro, ha vuelto a ser el héroe de siempre.
Ch: Eso no lo tengo tan claro. No es tan simple. Pienso en volver a mi normal actividad como defensor de la justicia, como paladín de los indefensos, como estandarte de la libertad y de la seguridad, el azote del mal, la pesadilla de los malhechores… y me da cosa. Otra vez estar durante horas agazapado detrás de un árbol para ver si pasa algo, transpirando en verano y muriéndome de frío en invierno, aguantando muchas veces las llamadas de mi interior físico, o sea, de mis necesidades fisiológicas. Tal vez lo haría de vuelta, pero no sé si vale la pena.
C: ¿Por qué no valdría la pena? ¿Ya no cree en la justicia?
Ch: Y más o menos. Mire, yo he luchado sin tregua contra los malvivientes, pero, mientras lo hacía, advertía que eso no alcanzaba. Aparecieron estos que roban a plena luz del día, que tienen las leyes de su lado y, si no las tienen, las hacen. He atrapado a ladrones que robaban zapatillas porque ellos o sus familiares andaban descalzos y estos se roban lo que es de todos, los recursos naturales, el paisaje, el futuro, las buenas costumbres, la educación.
C: ¿Podría ser más concreto? ¿Quiénes son “estos”?
Ch: Estos. Los que tienen la sartén por el mango. Fíjense, están sus nombres empapelando la ciudad, pintados en todas las paredes, aparecen en televisión, en los diarios, en las radios. No tengo que explicar mucho. “Las cosas se cuentan solas. Solo hay que saber mirar”. Toda esa publicidad cuesta plata, mucha plata, pero no les importa porque después recuperan. Y yo me daba cuenta. Veía todo eso y me decía: “Esto lo vamos a terminar pagando nosotros”. Los empresarios les ponen plata y después van a pedir la devolución. ¿Y cómo luchaba contra eso?
C: Hasta los superhéroes más grandes tienen límites, ¿no?
Ch: Los superhéroes no existen. Y le voy a explicar por qué.

Continuará.

Fecha: jueves 16 de febrero de 2017