miércoles

El retorno de Chenqueman (2)

     Chenqueman hizo una pausa y hundió la vista en el horizonte... o, mejor dicho, donde pensaba que estaba el horizonte, porque la oscuridad no permitía ver muy lejos. Se sentó sobre el cordón de la vereda, sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno y respiró profundamente.
Ch: Los superhéroes no existen, al menos no como los pintan en las películas yankis. Yo no soy Superman. No vuelo, no tengo vista de rayos X, no disparo rayos láser por mis retinas, no escucho un susurro a miles de kilómetros de distancia; sin embargo, me afecta la kriptonita. Pero no esa roca verde que viene del espacio. La kriptonita que me afecta es la indiferencia de la gente y también su ingenuidad. Cuando yo ayudaba a todos los habitantes de Comodoro y la prensa hablaba de mí y tenía varios clubes de fans, era porque me sentía fuerte y útil y esa fuerza venía de la misma gente. Pero, con el tiempo, se empezaron a malacostumbrar. Se enojaban conmigo si llegaba un poco tarde o si el asunto no salía como ellos querian.

C: Chenqueman, ¿recuerda algún caso en particular que refleje este cambio en la predisposición de la gente?

Ch: Y... varios. Hubo una vez que yo pasaba frente a Pleno Centro, ahí en la 9 de julio, y veo que dos truhanes estaban forcejeando con una muchacha, queriéndole sacar la cartera. Eran las siete de la tarde, pleno invierno, el mundo parecía detenido mientras el sol moría del otro lado de la ciudad. Frené la motoneta frente a ellos y grité con autoridad: "¡Suelten, la puta madre!". Acto seguido, bajé de la máquina cual rayo y me acerqué. Lamentablemente, la humedad había empañado el visor de mi casco y no pude ver un pozo que había en la vereda. Tropecé y me fui al piso. Los truhanes aprovecharon para propinarme patadas y mofarse de mi mala suerte, pero no se llevaron la cartera de la joven. Cuando se cansaron de golpearme, huyeron corriendo, seguramente movidos por el temor de mi ira. Con lentitud me repuse y miré con una sonrisa a la muchacha. De algún modo, había cumplido la misión. Ella me miró de arriba a abajo y me dijo: "¿Y? No esperarás que te invite un café, ¿no?". Con gallardía, me alejé en silencio, con el alma más rota que los huesos.
     Advertimos que Chenqueman tenía los ojos húmedos... o que se le había empañado de vuelta el visor del casco.
C: Es lamentable lo que cuenta. ¿Y cómo imagina su futuro?
Ch: Seguramente, vuelva al ruedo, pero lo haga de otra manera. Se me está dando por la cuestión ecológica. Vea, los animalitos son mas agradecidos que las personas. Las plantas también, si hablaran. Así que, bueno, estaré allá donde un arbolito pida agua, donde un malbón comience a secarse, donde una liebre se vea amenaza por una megaminera que quiera dinamitar un cerro para extraer el vil oro. Soy Chenqueman, el defensor de la naturaleza, el protector de la fauna y flora desamparadas.
C: Nos alegra saber que seguimos contando con usted.
Ch: Bueno, nos veremos pronto. Aprovecho para enviar un saludo a toda la población de Comodoro. La llevo siempre en mi corazón.
     Dijo esto, se subió a su motoneta y se alejó rápidamente. Seguramente, pronto tendremos nuevas noticias de él. Chenqueman ha vuelto. No es poco, en estos tiempos.

Fecha: viernes 17 de febrero de 2017